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España del blanco y negro al color

Ahí les tienen, felices y abrazados, en este precioso reportaje que nos trae Joaquín Maroto. El gol de Marcelino, de cuyo recuerdo hemos vivido durante 44 años, tiene compañero desde hace cien días, cuando Torres se le escapó a Lahm como una anguila y la tocó justo al rincón de Lehman. Dos títulos de Europa, dos hombres para la leyenda. Dos inmortales. Pasará el tiempo, pero el afecto y el agradecimiento de todos nosotros seguirá íntegro. Y es hermoso verles hoy juntos, sentir el respeto con que se miran, se aprecian y se hablan. Porque los dos saben que fue muy difícil llegar hasta ahí.

Cuando lo de Marcelino,uno tenía trece años. Aquello de jugar contra los rusos se vivió en España muy por la tremenda. Hasta se habló de que el partido se suspendería, y aún hay quien afirma que fue gracias a Solís, "la sonrisa del Régimen", a la sazón Ministro Secretario del Movimiento y muy partidario del deporte, que se celebró el partido. Solís había pedido para la juventud de la época "menos latín y más deporte", en polémica frase. Marcelino le hizo caso. Marcelino había estudiado en un seminario, pero le interesó más el fútbol que el latín y así perdimos un cura y ganamos un nueve. Y una Eurocopa.

Le marcó aquel gol a Yashin, tenido por el mejor portero del mundo en la época, y convertido en estatua de sal por el sorprendente cabezazo de Marcelino. En el colegio nos habían dicho que en realidad Yashin era un niño vasco, de los desplazados allá durante la Guerra Civil, y que desconocía su origen. Tras el partido, al que asistí en directo, seguí prefiriendo a Iríbar. Tantos años después pude ver en directo el otro gol, el del Niño Torres. Otro tiempo, otra España, otro estadio, otro nueve, otro portero enfrente. Pero en esencia, lo mismo: la vieja, simple e incomparable alegría de presenciar un gol decisivo.