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El fútbol y las suertes distinguidas

En el toreo hay chicuelinas y gaoneras, por Chicuelo y Gaona, y litrazos, por Litri. Y pedresinas, por Pedrés y marineras y navarras, por pases que se estrenaron o popularizaron en la Bahía de Cádiz o en Navarra. En fútbol nos faltan esas definiciones. Sólo hay la chilena, reconocimiento a una suerte que nació allí, dicen los tratadistas que debida a un tal y lejano Ramón Unzaga, y llegada a España a través de David Arellano, muerto fortuitamente en gira por Valladolid. Y hubo la zamorana, despeje con el codo que practicaba el gran Ricardo Zamora. Alarde poco práctico y sin consecuentes.

Tengo leído que un tal Pietro Calomino, argentino de Boca en los años veinte, fue el primero en hacer el regate de la bicicleta. Lástima que no lo llamemos calomina. ¿Quién haría el primer caño, quién la primera rabona? ¿A quién se le ocurrió primero la ruleta de Zidane, que tantos años atrás ya le vi hacer al melillense Pepillo? Seguro que fueron grandes. Sólo por el invento, o por perfeccionar algo que vieron en niveles menores, merecerían que su nombre quedara ligado a esa destreza. Van der Vaart, por ejemplo, marcó anteayer de tacón y se acordó de Di Stéfano. Me gusta.

Porque Di Stéfano marcó varios celebrados goles de tacón y eso queda. Como las 'paradinhas' de Pelé en los penaltis, el personal regate 'de frente y por detrás' de Cruyff o la rabona de Maradona. Raúl, que persigue los 307 de Di Stéfano, tiene su propia especialidad: la cuchara. Más que el 'aguanís', suerte más común, le define ese golpe de astucia, quizá un recurso porque no le pega tan bien a la pelota como quisiera, pero suerte certera, personal, distinta. Raúl llegará a los goles de Di Stéfano, pero sobre todo dejará para el recuerdo esa suerte tan personal. Aunque nunca la llamemos raulina.