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Un dedo en el mapa de África

Una serie de frecuentes visitas están sorprendiendo a los empleados del Museo de África, situado en las afueras de Bruselas. Están especialmente interesados en los mapas levantados por los exploradores que, entre finales del siglo XIX y principios del XX, recorrieron el corazón del continente africano descubriendo un universo ignoto y fascinante. E inmensamente rico en materias primas. Esto último es lo que van buscando, un siglo después, estos inesperados visitantes. Son empresarios y empleados de grandes corporaciones que encuentran en esos viejos mapas datos de un valor incalculable. No en vano, les pueden ayudar en la frenética carrera que ha emprendido la industria minera para abastecer la demanda de minerales y metales de economías emergentes como China o India. Desde diamantes a estaño, cobre o platino. Por ejemplo, este último metal ha multiplicado por diez su valor pues gran parte de las nuevas tecnologías que los países desarrollados están pensando implantar para combatir el cambio climático requieren platino.

Aunque parezca mentira, la nueva camiseta de ropa interior que me han enviado, para probarla en el Karakorum, contiene, entre otros, ese metal. No deja de ser paradójico que en esta época, presidida por la sofisticada tecnología, volvamos la vista hacia el trabajo de unos aventureros, realizado a pie y con medios exiguos. Pero a cambio destacaban por su dedicación y capacidad de sacrificio. Eran hombres capaces de pasar meses y meses en la jungla o en la sabana sin ningún contacto con el mundo exterior y luchando contra todo tipo de peligros, enfermedades y amenazas. No como los aventureros de salón que tanto proliferan ahora, que pretenden darnos gato por liebre a la menor ocasión.

Desde luego, no todos eran abnegados exploradores a los que sólo movía el afán de conocer y la voluntad de emancipar a las poblaciones indígenas, como Livingstone. De hecho, fue Stanley (asociado al primero para siempre gracias a la famosa frase ¿el doctor Livingstone, supongo?), un desalmado ávido de riqueza y fama sin importar los medios ni las víctimas, que cartografió extensas zonas del centro de África con una motivación puramente política. Su trabajo ayudó al sanguinario Leopoldo II, rey de Bélgica y fundador del Estado libre del Congo que dirigió con mano de hierro y expolió a conciencia hasta que pasó a manos del estado belga en 1908. Fue precisamente este rey nefando quien fundó el Real Museo de África que ahora, en un curioso bucle histórico, se ha convertido en un centro de peregrinaje para nuevos buscadores que mueven su dedo codicioso sobre los mapas de África en busca de riquezas. Para nosotros esos mapas siempre evocarán la palabra aventura. Y el altruismo de personas como Livingstone.