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Palop se merece una calle en Sevilla

Gracias a los dos, al Sevilla y al Espanyol, porque escribieron un elogio máximo del fútbol español. Nos ofrecieron una final grandiosa, bien jugada, emocionante, interminable. Uno de esos días que colman el fútbol, en un escenario ideal, bajo una lluvia enriquecedora, con una constancia y una entrega ejemplares. Y con buen fútbol. Primero del Espanyol, que fue mejor once contra once. Luego, del Sevilla, que a raíz de verse en superioridad manejó el partido hasta la remontada. Finalmente otra vez del Espanyol, que cazó un empate heroico cuando el Sevilla, demasiado generoso, se destapó.

Y así hasta los penaltis, en los que Palop, un gato, estableció la diferencia. En trances así suele ganar el equipo que más lejos se ha visto del triunfo, el que más afortunado puede sentirse de llegar al trance. Ese equipo era el Espanyol, que primero llegó a la prórroga con apuros, y que luego, tras verse por detrás justo al llegar al descanso de la misma, pudo todavía cazar el empate, con un gol casi milagroso. Pero no. Frente a esa presunta superioridad de ánimo al lanzar se alzaba la evidencia de un portero formidable, un gato para los penaltis, un hombre inspirado, dueño y señor de esta copa.

Un gol milagroso de Palop mantuvo vivo al Sevilla en la UEFA. Tres penaltis parados (tres de cuatro, ahí es nada) le dan el título. No fue el mejor partido del Sevilla, al que le sorprendió de salida el buen juego, el orden y la motivación del Espanyol. Pero los grandes equipos tienen recursos para las tardes o las noches confusas. No fue el gran día de Alves o de otros divos de la compañía, pero sí fue el de Palop, un luchador del fútbol, que ahora recoge el premio a tantísimas horas de trabajo silencioso. Palop lo merece. El Sevilla lo merece. Un gran equipo que honra nuestro fútbol. Como lo honró el Espanyol.