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Es imposible olvidar al gran Gilles

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Tuve la fortuna de verle correr. La primera vez que le vi sobre un F-1 fue el sábado 14 de enero de 1978, cuando salió a rodar sobre mojado detrás de su jefe de filas Carlos Reutemann en Buenos Aires. Arrancó séptimo y llegó octavo, luchando con sus Michelin. Era su cuarto gran premio y muchas dudas recaían sobre él, después de un accidentado debut en Ferrari a finales de 1977. Un par de meses más tarde, en la cuarta carrera con la marca de sus amores en Long Beach, ya era capaz de liderar con autoridad. Comenzaban cuatro años en los que los aficionados iban a disfrutar con su talento innato. En esos años, su nombre se afianzó en el firmamento de los candidatos de siempre y se trasformó en leyenda aquélla maldita tarde del 8 de mayo de 1982, hace hoy 25 años.

Sí, un cuarto de siglo ha pasado de la partida de Gilles. Entre su primera carrera de F-1 con el McLaren en Silverstone 77 y esa última pirueta nos quedarán para siempre muchos recuerdos. No olvidaremos la vuelta en tres ruedas de Zandvoort 79, ni los tremendos golpes de Argentina e Ímola en 1980, con ese inconducible T5. Tampoco se borrarán las grandes exhibiciones de 1981. Una en Mónaco, cuando logró la victoria con un impresentable 126 Ck Turbo. La siguiente, veinte días más tarde en el Jarama. Manteniendo la respiración hasta el último metro. Al final de ese año, la maniobra más espectacular que la televisión pudo haber mostrado, cuando se soltó el morro completo de su coche en plena recta de Montreal. Siguió y llegó tercero. Sí, Gilles, es imposible borrarte de la memoria...