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Si los entrenadores fueran niños...

Dejad que los niños se acerquen a mí, dijo Jesús. Los niños son la esperanza de Dios en que la Humanidad mejore, escribió, creo, Rabindanath Tagore. Los niños juegan al fútbol estos días en Tenerife, en el torneo de Fútbol-7, ya un clásico de estas fechas. En verano, torneo nacional. En invierno, internacional. Tenerife lo acoge con gusto y cariño, y así nos muestra esa parte de España en la que el invierno es otra cosa. Mis amigos De la Morena y Zubiaur mantienen viva esta llama desde hace años. Los veremos en la Cuatro y en Canal +. Empieza hoy, el día de los Santos Inocentes. ¿Qué día mejor?

Ya ven, no tenemos Boxing Day ni maratón navideño, como los ingleses, pero tenemos las Selecciones Autonómicas y sobre todo esto, el desfile de promesas que sirven para poner a prueba el ojo clínico de cada aficionado. Retengan los nombres de los que les gusten más, porque probablemente se los encontrarán dentro de pocos años (el tiempo pasa rápido) en el fútbol de nivel. Ahí he visto yo jugar a Jonathan, Iniesta, Torres, Llorente, Dañobeitia, Zapater, Piqué, Cesc, Chica... A otros no los recordaré. Y otros están a punto de llegar, casos de Krkic, Aarón y Adrián, que ya llaman a la puerta.

Fútbol de niños, fútbol de futuro, fútbol de navidades. Lástima que los entrenadores no sean niños también. Lo digo porque desde hace algunos años, a medida que el torneo ha cobrado importancia y todos quieren ganarlo, ha adquirido ciertos tintes de severidad profesional. Y ya saben a lo que me refiero: orden táctico, especulación, miedo al riesgo, algunas artimañas enseñadas demasiado pronto, en plena edad de la inocencia... Y freno a la espontaneidad, al regate, a la improvisación. He visto broncas por un caño o un taconazo. Lástima. Lástima que los entrenadores no sean también niños.