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El glorioso espectáculo de San Mamés

Después del partido de Mestalla, me vino bien el Athletic-Sevilla. El otro fútbol. Un fútbol con dos equipos deseando ganar, con despliegue de energía, con ataques bien alimentados, con gente que va y que viene. Un fútbol en dos direcciones, un fútbol sin reserva. Con más juego en un equipo, el Sevilla, que se ha armado como un grande, que quizá se confió en exceso, pero que supo resistir cuando hizo falta. Con menos juego en el otro, el Athletic, pero lanzado con lo que tiene, que es la lucha desesperada por estar a la altura que su gloriosa historia le exige, pero que este tiempo le dificulta.

Es fuerte este Sevilla. ¿A dónde llegará? ¿Podrá imponerse al Barça? El fútbol del Barça suena a violines, el del Sevilla tiene estruendo de tambores, pero los dos son buenos. El Barça tiene mejores jugadores, y el plus de los arbitrajes, pero el Sevilla tiene una energía envidiable, la fe del que va, del que quiere llegar y siente que puede. El Barça es el que ya llegó, le toca defenderse del asalto del intruso, y eso es más incómodo. Ya se vio en Mónaco. En cuanto al Athletic, va a tener toda la temporada cuesta arriba. Las caras de su gente, ofrecidas por Canal +, daban lástima. Pero el equipo está vivo. Se vio ayer.

Empecé el artículo en Mestalla. La comparación es fácil e inevitable. Aquel fue un partido en una sola dirección, con ese Valencia mermadísimo por las bajas achuchando y el Madrid esperando la ocasión para lanzar su mordisco de cobra. Ganó, sí. Ganó por Casillas, por suerte, por el gol perfecto de Raúl. Pero esta vez hasta a Capello le ha parecido injusto: "El Valencia tuvo más ocasiones", confesó. Muy bien. Lo primero para dejar el tabaco es reconocerse uno a sí mismo que es malo. Quién sabe, quizá Capello empiece a confesarse a sí mismo que esta no es la forma de jugar de todo un Madrid.