Algunos entrenadores tienen la extraña manía de medir con cuentagotas las apariciones de jóvenes jugadores con mucha proyección. Les pasó a Navas y a Puerta con Caparrós, en el Sevilla. Le pasa a Agüero en el Atlético con Aguirre y a Robinho con Capello, en el Madrid. No tienen ese problema Cesc en el Arsenal, con Wenger, ni lo tuvieron Luis García o Xabi Alonso con Benítez, en el Liverpool. Sucede con frecuencia que en España se frena la progresión de los ases, mientras que fuera, y especialmente en la Premier, es al revés.

Por eso nos llegan noticias casi siempre buenas de nuestros jóvenes expatriados. El domingo Cesc dio un recital en Old Trafford. El miércoles fue Alonso el que deslumbró en Anfield con un gol desde 55 metros que me recordó, por su belleza, a los que en su día marcaron Santi Aragón, Mikel Lasa, Nayim o Antonio, que se la coló a Notario en Los Pajaritos desde su propia área. Me gustan los entrenadores atrevidos, y entre ellos están los de la Quinta de Sacchi: Van Basten, que confía en Huntelar; Rijkaard, que lo hizo con Etoo y lo hace con Messi; Ancelotti, que pone a Gourcuff y hasta Donadoni, manque pierda.