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Recelos de nuestros éxitos

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El atletismo español asombró en los Europeos de 1994. Ganó medallas en todas las distancias que van de los 800 metros a la maratón, carrera ésta donde vivió una apoteosis. Fiz (entrenado por Sabino Padilla), Diego García (fallecido de muerte súbita en 2001) y Juzdado coparon el podio. La imagen de Fiz y García aguardando sobre la meta la llegada de Juzdado recorrió el mundo. Pero es que además Abel Antón se colgó sendas medallas en 5.000 y 10.000, y Cacho, en su plenitud tras haber sido campeón olímpico, ganaba los 1.500 seguido de Viciosa. De Teresa, en 800, también subía al podio. Y como no podía faltar la medalla de la marcha, Massana tampoco falló. Nos comenzaron a conocer como los africanos de Europa.

Pero no todo fueron admiraciones. También hubo recelos. En Francia llegaron a preguntarse con muy mal estilo cómo se podía transformar un mulo en un caballo de carreras. La verdad es que la EPO aún no se detectaba y tampoco se hacían controles de sangre que pudieran desvelar indicios de dopaje a través del hematocrito. Pero de ese vacío se podían beneficiar todos por igual: españoles, franceses, italianos, alemanes, británicos o rusos. La ventaja que teníamos nosotros frente a atletas de otros países con climas más rigurosos en invierno era que aquí se podía entrenar todo el año y realizar, por tanto, un trabajo de base durante los meses en los que algunos rivales se veían obligados a parar. Esa era la explicación.