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Cambio generacional

Actualizado a

Sólo dos medallas. El atletismo español sufrió un frenazo en los Europeos de 1990. Dos medallas, además, que apenas dejaron poso. Una por consabida, la de marcha de Plaza, y otra por inesperada, la de Hernández en longitud. Podían haber sido más, pero Prieto, Cornet, Labrador y Sandra Myers se quedaron al borde. Myers, por cierto, fue pionera en las nacionalizaciones de nuestro atletismo. Una buena velocista estadounidense que en su país tenía cerrada las puertas. Como europea tampoco pudo subir en esta ocasión al podio. Por delante tenía a las corredores de la RDA, donde se sometía a los atletas a un dopaje de Estado. Fue la última vez que se enfrentó a ellas. La Alemania unificada era un hecho.

En esos Europeos afrontábamos un cambio generacional. Se iba González y llegaba Cacho. El que fuera a ser mejor atleta español de la historia velaba sus primeras armas en la alta competición. Los cuarentones Marín y Llopart aún andaban por ahí, y Fiz y Antón estaban en el equipo como discretos atletas de 5.000. García Chico, futuro medallista olímpico, se permitía el lujo de clasificarse por delante de Bubka, quien vio cómo acababan siete años de imbatibilidad. Fueron unos campeonatos extraños para todos, pues el deporte no era ajeno al movimiento de fronteras que comenzaba a perfilarse en Europa, celebrados además en la Yugoslavia que años después se desmembraría. Unos Europeos, sin duda, de transición.