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La marcha acudió al rescate

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El atletismo español se encontraba pletórico. Abascal, por fin, había logrado en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles una medalla del máximo prestigio, era invitado, junto con González, a participar en la reunión más elitista del mundo, la de Zúrich, Carlos Gil profesionalizaba con buenas becas a los mejores atletas desde la dirección técnica de la Federación Española, al tiempo que observaba con complacencia cómo la preparación biológica iniciada por Guillermo Laich y seguida después por Eufemiano Fuentes hacía milagros. Pero llegaron los Europeos en Stuttgart y hubo gran batacazo. Abascal, eliminado; González, fuera del podio. Los 1.500 no eran sólo correr rápido, sino también con inteligencia para no quedar encerrado.

Hubo, sin embargo, medallas. Ésa era la solidez de nuestro atletismo. Fallaban los atletas más mediáticos, pero al rescate acudían los marchadores y un Carlos Sala que en las vallas hacía olvidar a Moracho. Mari Cruz Díaz, entrenada por Marín, se convertía en la primera mujer española campeona de Europa y el madrileño Miguel Ángel Prieto, en el primer marchador que destacaba internacionalmente sin ser de la escuela catalana. Llopart y Marín habían sembrado y la cosecha era excelente. Marchadores aparecían por doquier; no en busca de dinero, que tampoco era mucho en su especialidad, pero sí en busca de gloria. Y bien que la alcanzaron. En el cómputo de los Europeos ganaban por cinco medallas a cuatro al resto de atletas.