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La España que a todos nos deja felices

Hay ambiente de euforia, sí. Para algunos puede parecer incluso excesivo: sólo se ha ganado un partido, que además se puso de cara pronto y quedó resuelto nada más empezar la segunda parte, con el penalti y la expulsión. Pero es que la euforia responde al modelo de juego tanto como al resultado. La apuesta por el fútbol bien hecho, la persistencia en ese mismo estilo cuando ya se ganaba por dos a cero, la sensación de que por fin España se atreve a ser buen equipo, a plantarse en la mitad de campo del rival, a cargar con la responsabilidad de marcar el ritmo. Un equipo que sale a jugar.

Una de las razones de tantas reticencias con nuestra selección, y quizá la principal, ha sido la reiterada desconfianza de tantos seleccionadores hacia los jugadores buenos. En mis primeros años de aficionado yo deploraba la poca presencia en este equipo de exquisitos como Velázquez o Marcial, que solían dejar paso a centrocampistas de batalla, escogidos para vigilar a los centrocampistas contrarios que a su vez no eran casi nunca mejores que los que nosotros habíamos dejado en casa. Así ha seguido siendo durante años. Un equipo de lucha y fuerza, sin estilo, a remolque de los rivales.

Este es el equipo que juega al son que toca Xavi, un retaquito que en boxeo pelearía en las categorías más bajas. Exponente de una escuela que el Barça mima desde Milla y que ya ha dado a Guardiola, al propio Xavi, a Iniesta, a Cesc... Una línea que le ha dado al Barça estabilidad y buenos resultados... si se descuenta el bache de los cinco años de Gaspart, que fueron problema aparte. Hoy todos estamos felices porque la Selección juega así, con Xavi, más Xabi, más Senna, que entra en el baile. Y velocidad arriba y seguridad atrás. El equipo llegará donde llegue, pero ya ha hecho lo más difícil: ilusionarnos.