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Yo esperaba el Laureus para Ronaldinho

Le han dado el Laureus (algo así como el Óscar del deporte) a Federer, y no seré yo quien diga que está en malas manos, aunque en seguida me asalta el recuerdo de las cinco victorias a uno de Nadal (premio al joven) sobre él. No está en malas manos, digo, pero tampoco lo hubiera estado en las de Alonso o, sobre todo, en las de Ronaldinho. Dado que se concedía en Barcelona, pensábamos muchos que la cosa estaba entre uno y otro. Pero no. Entre los deportes los hay más populares y de más prestigio, y está claro que el tenis es de los que más prestigio gozan. Y el fútbol, al revés.

Es la asignatura pendiente del fútbol: liberarse de cierta imagen de deporte bruto y cateto con la que carga desde tiempo atrás, entiendo que sin más razón que por ser el primero que se profesionalizó, que llenó estadios, que provocó polémicas e hizo millonarios a muchachos precariamente alfabetizados. Yo aún conocí los tiempos (con los que acabó Samaranch) en los que el movimiento olímpico todavía trataba de hacer pasar por amateurs a deportes profesionalizados de tapadillo desde décadas atrás. Eso les dotaba del barniz de algo puro, frente a un fútbol hecho, se decía, de intereses y bajas pasiones.

Lo hemos notado aquí, en el Príncipe de Asturias, donde sólo una vez se ha premiado al fútbol, y aun eso en su mejor versión, Brasil, y por una hábil maniobra de los catalanes del jurado para sortear el Centenario del Real Madrid. Y lo vemos ahora con el Laureus, que nunca ha premiado a un futbolista (salvo en categorías complementarias) y que pasa por Barcelona desdeñando a Ronaldinho, cuya excelencia como deportista y como personaje nos tiene cautivados a todos. Pero, ¡ay! es fútbol, y ante eso todavía hay quienes tuercen el gesto. Aún deberán pasar unos cuantos años para limpiar ciertos prejuicios.