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El gran espectáculo de la vieja Europa

Final de la Champions, en París, donde se disputó la primera hace cincuenta años. Desde aquel lejano Real Madrid 4, Stade Reims 3 (Alfredo Di Stéfano mediante) este partido se ha convertido en el espectáculo favorito de la vieja Europa. La cumbre del deporte cumbre, el gran partido entre clubes, que en Europa son más fuertes que las selecciones, porque al ser este un continente rico puede comprar los futbolistas que le apetecen, sin límite. Eso ha ido dando lugar poco a poco a un fútbol ecléctico y multirracial, distinto del de selecciones, donde aún se distinguen escuelas puras.

Así son los dos equipos de esta noche, entre los que veo al Barça favorito. Y eso que el Arsenal no es de despreciar. Su porterazo, Lehmann, lleva imbatido meses en esta competición. Tiene una defensa fuerte, para la que ha recuperado por fin a Cole y arma un centro del campo de cinco hombres, que gira en torno a Cesc y en el que varios se desenganchan y aparecen con sorpresa y rapidez en el área contraria, por donde merodea la estrella del equipo: Henry. Un jugador de verdad grande, con velocidad inatajable y un poder de definición ante el portero sólo comparable al del mejor Ronaldo.

Pero es que el Barça es más aún. Para empezar, tiene a Ronaldinho, el mejor jugador del mundo. Una estrella que trabaja, que se da, que contagia optimismo. Él lidera un equipo al que Rijkaard y el tiempo han dotado del secreto del funcionamiento. Por debajo de sus estrellas hay un sistema que no se ve, pero que rinde y está tan implantado que ni la noticia del título en el descanso de un partido les despista del objetivo. Un equipo lúcido y hermoso, construido para la inspiración de los talentos, pero construido desde la solidaridad. Una buena final, en todo caso, premio a dos clubes que han trabajado bien.