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Sevilla, Sevilla, Sevilla, Sevilla, Sevilla...

¡Qué gustazo! ¡Qué gran partido, qué gran victoria, qué gran alegría! Una victoria así, rotunda y hermosa, pero al tiempo trabajada y sufrida, colma el alma de hincha que todos ponemos en marcha en una noche así. Y en este caso premia con toda justicia una tarea bien hecha, una larga y callada tarea de años, trabajando en los bancos, en la cantera, en los fichajes. Aquel Sevilla vapuleado por las frivolidades de González deCaldas era anoche campeón de la Copa de la UEFA, brillante vencedor de una competición en la que ya parecía haber hecho mucho, pero en la que se había reservado lo mejor para la última noche.

Un partido grande, trepidante. Y un partido en el que el Sevilla siempre fue un paso por delante, porque desplegó tanta energía como el rival, pero también más juego. Al principio tuve la impresión de que el Sevilla se estaba apuntando a un ritmo demasiado alto, que me parecía más favorable para el Middlesbrough. Pero este Sevilla es un equipo bien cuajado, en el que Juande Ramos ha sabido sostener las virtudes de equipo macho y resistente que implantó Caparrós, pero al tiempo le ha añadido juego, cuotas de calidad para establecer la diferencia en partidos de tanto vuelo como este.

Cien años esperando este día, titulábamos ayer este periódico. Ha merecido la pena. Una noche así pocos se la pueden permitir. Un partido esforzado y duro, en el que hubo momentos también para sufrir, en el que no faltó la intervención milagrosa de Palop, pero que al final se abrió poco a poco a una goleada sonora, gracias a la inspiración de Maresca, a la autopista que Alves se construyó en su banda, al buen juego de todos. Sevilla, Sevilla, Sevilla, el equipo de la casta y del coraje. Cien años de bella historia honrados en la noche más grande, una noche que compensa tantos años esperando un nuevo título.