El clima de impaciencia agobia a Martín

Han pasado cincuenta días desde que Florentino saltó del barco. Cincuenta días en los que el madridismo espera que pase algo, pero no pasa nada. El equipo empata y empata mientras el Barça transita cómodo por su final de Liga, a la espera de un título que caerá como fruta madura, y se permite administrar esfuerzos para la Champions, en la que también es favorito. Así que no es extraño que en el madridismo cunda la impaciencia, que cada tres días surja un candidato, que las peñas convoquen plataformas proelecciones, y que los directivos conspiren. Un club necesita que siempre pase algo. Y si no pasa nada bueno, pasan cosas malas.

Ese es el trance que atraviesa Fernando Martín, que aceptó una herencia envenenada y que ahora se maneja con apuros en este tránsito. Hasta ahora sólo se le han visto los errores. Si en la sombra está construyendo, aún no se sabe. Lo único que se ve es que siguen los mismos, que no ha contratado un director general deportivo, que está a la espera de que el Milán caiga ante el Barça para anunciar a Ancelotti, que los directivos se le rebelan y que su legitimidad está cuestionada. Si hubiera convocado elecciones cuando le cayó el marrón, éstas hubieran tenido lugar pasado mañana. Con eso habría salvado este periodo y se habría legitimado.

No lo hizo, prefirió atravesar este desierto rodeado de impaciencias y ahora encara para el miércoles una Junta (la primera que convoca) en la que tiene algunas dimisiones anunciadas e intentará frenar otras. A todos los que le quieren escuchar les pide calma y confianza, pero al tiempo trata de fortalecerse con algún nombre convincente. El elegido es Henry, grandioso jugador, aunque en una edad que recuerda malas experiencias recientes. Y si no, Diarra. Algo tras lo que parapetar una precariedad heredada, que no es culpa suya, pero que asumió. En su situación la única receta posible es la calma, pero eso no parece que le sobre.