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El mejor jugador, el mejor equipo...

Se quejaba durante el descanso Antic en la SER de que Ronaldinho estaba haciendo un juego frívolo, y no le faltaba razón. "Juega como para un anuncio". Tacones, sombreros, sonrisas, pero nada productivo. El fútbol del Barça, que coge vuelo y peligro cuando pasa por Ronaldinho, se apagaba en esos preciosismos sin fruto. Pero a este jugador se le pueden perdonar firvolidades, y siempre hay que esperarle. Él es capaz de producir genialidades para la vista que al mismo tiempo signifiquen estropicios para la portería contraria. En la segunda mitad (quizá Rijkaard le dijo lo mismo que Antic) cambió. Y con él cambió el partido.

Porque de repente soltó un pase imprevisible para todos salvo para el destinatario, un pase de esos que sólo pueden acabar en gol o en gol. Luego salpicó varias arrancadas vertiginosas, con o sin slaloms, con apoyos o sin ellos. Unas acabaron en poco o nada, otras en algo o bastante (falta al borde del área, con el consiguiente lanzamiento peligroso), una en mucho (remate al palo)... Pero todas sirvieron para amilanar al Milán, para condicionar su ofensiva, para recordarle que no se podía volcar en el afán del empate, que eso equivalía a ofrecer la yugular para el cero-dos. En un partido de grandiosas estrellas, una lució sobre todas: Ronaldinho.

El mejor jugador del mundo por todos los veredictos (Balón de Oro, Fifa Player, run-rún de la afición mundial). Y también el mejor equipo. Cuando se ha visto exigido, el Barça volvió a apretar puños y dientes, y a pesar de faltarle Deco, Xavi y Messi pasó sin daño la última prueba de verdad difícil que le queda para hacerse con esta Champions League. Y salió de Milán con la preocupación de hacer ya las reservas para París. Allí, si hay suerte, se podría encontrar con el Villarreal, que esta noche juega en el viejo Highbury (que pronto se entregará a la picota) sus humildes bazas ante la pandilla de Henry. Hay permiso para soñar.