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Espanyol, digno campeón de esta Copa

Dos minutos, gol de Tamudo. Así empezaron las cosas. El Zaragoza, que había venido a Madrid como el que va a cobrar lotería (tan seguro de su triunfo como fue el Madrid a Montjuïc el día del Galacticidio) se encontró de repente con una cuesta difícil de escalar. La suficiencia, que está un paso más allá de la confianza, es un pecado grave en deporte, y me parece que el Zaragoza incurrió en ella. Tiene a mi juicio más equipo, mejores jugadores, había hecho más méritos para llegar a esta final, pero aún le quedaba un paso: jugarla y ganarla. Y me quedó la sensación de que no vino mentalizado para ello. El Espanyol, sí.

Así que vimos una versión pálida del Zaragoza, frente a una versión corajuda y concienciada del Espanyol, con los grandes del equipo (Tamudo, Iván de la Peña, Luis García) con todas sus luces encendidas. Por eso el empate del Zaragoza fue fugaz, disuelto enseguida por otra genialidad de Tamudo. Por eso, a pesar del esfuerzo de Cani, que tiró y tiró del equipo hasta donde pudo, la final nunca dio sensación de vuelco. Por eso y por la presencia compadecible de César en la portería aragonesa. Este hombre tiene mala suerte en las finales. Con el Madrid se le han escapado dos, y en ambos casos no fue ajeno a la derrota.

Y lo de ayer fue peor. Dos goles rápidos, un tercero entre las piernas (como los del Centenariazo) y finalmente la expulsión por perder los nervios. Buen portero, sí, pero sin cuajo para estos trances. Claro, que en todo caso mejor que su sustituto, que lució un jersey tan llamativo como su inutilidad. Él se llevó el cuarto gol, premio gordo para un Espanyol que vino humilde y sereno, con menos cartas que el rival, pero que las jugó bien. Copa bien ganada. Copa para Tamudo, su segunda. Copa para un club centenario que sufre una competencia desigual en su ciudad y que por eso mismo merece de cuando en cuando alegrías así.