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Dos equipos con vocación copera

Final de Copa en Semana Santa. Me produce una sensación equívoca. Por una parte, la Semana Santa ha evolucionado con los años, y aquel aire solemne y de recogimiento de tiempo atrás ha dado paso a un periodo abiertamente vacacional y festivo, muy alejado del carácter casi luctuoso de otros tiempos. En ese sentido, encaja bien una gran fiesta del fútbol, como es la final de Copa. Y ese periodo vacacional facilita la posibilidad del desplazamiento de aficionados, que los dos contendientes van a aprovechar masivamente. Más el Zaragoza, al que el optimismo y la proximidad estimulan, pero también el Espanyol.

Pero este partido incrustado en la Liga adquiere un aire un poco como de telonero. Prefiero la final como fiesta de despedida del fútbol, con la Liga ya rematada, sin afanes pendientes, y con protagonismo absoluto para este partido. Porque llegar ahí es difícil, porque el ganador sigue siendo, aún hoy, el Campeón de España con carácter oficial, y porque el modelo de fútbol que propone y exige esta competición (sin aplazamientos, sin puntos, sin especulaciones, siempre al borde del abismo) es hermoso y único, y merece tanto cuidado como el otro, el de Liga, el de la regularidad. Siempre deploro que la Federación no cuide más su Copa.

Una bonita final, en todo caso. Los dos equipos dan lo mejor de sí mismos en la Copa. Los dos la han ganado. Seis el Zaragoza, tres el Espanyol. Las del Espanyol se espacian en el tiempo, porque ganó la primera antes de la Guerra, mientras que la última es reciente, cuando aquella picardía de Tamudo ante Toni. Las del Zaragoza se concentran de los años sesenta acá, y le acreditan como un clásico moderno en esta competición, a cuya final llega ahora tras superar al Atlético, al Barça y al Madrid, espíritu de Juanito incluído. Pruebas tremendas que le hacen favorito. Pero el Espanyol no viaja para perder. Presiento una gran noche.