NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

El respeto que tuvimos y perdimos

Actualizado a

Un linier temblón, equivocado y estrecho de ánimo, levanta la bandera en el Calderón. Fuera de juego que anula el gol. Al que pone campo, un gran campo, ya le han pitado dos penaltis en contra. El árbitro, un señor con evidentes síntomas de hipertensión, corre hacia la banda y convierte la banderola en servilleta: vale el gol. Carreritas no hubo para ver si los penaltis acaso no eran; la excitación obnubila, como es sabido. El linier agacha y sigue.

Un linier inseguro, flojo de fe y vacilante, no levanta la bandera al lado del mar, en Cádiz. Será la sal que hace pesado el banderín. O será más bien que ya alzó para evitar un absurdo error de su jefe hace unos minutos y corregirle dos es excesivo. Así que ahora, en una situación gemela, desde una perspectiva semejante, sufre una repentina pérdida de facultades y yerra donde acertó. Su jefe bendice el error y el equipo de siempre pierde un par de puntos. Otro par de puntos.

Un linier calvo, pizpireto y aspirante a más, clara encarnación del "aquí estoy yo", levanta la bandera y no levanta la bandera en el Vicente Calderón. Atiza puntillazos con el trapo: se ve que sabe y que resabe. El árbitro, ay, el árbitro, inventa el penalti por patada al aire. El de la línea asiente con una sonrisa ladina y pues el portero fastidia el numerito, que se repita, que se repita.

Estas puñeterías antes no se daban. Nos crujían cuando jugábamos contra el Madrid, alguna vez contra el Barsa o cuando amenazábamos con un campeonato a deshora. Entonces llegaba Álvarez Margüenda al Manzanares y ponía las cosas en su sitio. Nos han perdido el respeto. No hay comparación con los verdaderamente poderosos, sólo la mantenemos a la hora de los recursos: rectificaré si me demuestran que esa secuencia de errores avinagrados de la que hablamos arriba, con repeticiones y bajonazos de banderín, se ha dado en los campos más históricos. Y esto no se resuelve a estúpidos botellazos (perfecta manera de perderse el respeto a uno mismo). El respeto nos lo van a devolver cuando nos vean firmes, decididos y al fin, capaces. Cuando se enteren de que están pitando al Aleti y vacilarle no sale gratis. Cuando seamos nosotros mismos y al verlo, lo recuerden.