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Una noche para disfrutar el fútbol

Tengo 55 años y ayer volví a llorar por el fútbol. ¿Cuántos años hará que no me ocurría? Pero, caray, es que la ocasión era única. Huérfanos de Champions como estamos en Madrid y catapultados por la admiración que nos provoca el milagro Villarreal, Pedro Pablo San Martín y yo nos desafiamos mutuamente: ¿a que no vamos al partido? Y sí, vinimos. Y vivimos una noche feliz, desde el encuentro con los nerviosos e ilusionados directivos del Villarreal hasta el pitido último del árbitro, que proyecta al equipo amarillo a las semifinales de la Champions. ¿Arsenal o Juventus? ¡Qué más da a estas alturas! Esta noche podremos verlo con tranquilidad.

Una noche única. Desde la cabalgata del equipo, con la hinchada marchando con un aire festivo, hasta los elegantes detalles de sofisticación de la Champions, esa ambiciosa organización que viste el fútbol con sus mejores ropas. Y como soporte de todo, un partido serio, macho, en el que el Villarreal se mantuvo siempre un metro al menos por encima del Inter. Fútbol consciente, bien hecho, solidario, enmendando los errores, sin reproches. Fútbol de equipo con una estrella, Riquelme, en cuyos pies todo adquiría brillo y peligro. Un equipo ilusionado, buscando el gol sin prisa y sin pausa. Bastaba uno, pero sin encajar ninguno. No valían locuras.

Y llegó el gol, al principio del segundo tiempo. Demasiado pronto, pensamos. Ahora el Inter se desplegará. Y se desplegó, pero no había equipo para zarandear a este Villarreal. El Inter fue un Madrid de estos tiempos, pero de vía estrecha. Estrellas envejecidas y la amenaza de Adriano. Pero tampoco Adriano es Ronaldo. El Villarreal controló las embestidas, contraatacó, dominó la situación como era inimaginable pensar. Piii, piii, piii... Final. Una emoción colectiva nos embargó. El fútbol permite que una ciudad de 48.000 habitantes cuele su equipo en semifinales de Champions. Y de emoción también se llora.