Sobre la pantomima de los árbitros

Este fin de semana tendremos de nuevo el pasillo de los equipos a los árbitros, que saldrán acompañados por niños vestidos de tales. Me pareció una pantomima la semana pasada, un extravío más en la forma de mirar el arbitraje de esta Federación. Con esas cosas no se defiende a los árbitros ni a su función. Más bien se les ridiculiza. A los árbitros les defiende, como a todo el mundo, el buen desempeño de su tarea. La buena aplicación del Reglamento, sin aspavientos ni claudicaciones, con comprensión del juego y claridad en el juicio. Estos artificios para hacer ver que necesitan cariño no hacen sino dar imagen de su debilidad.

El Reglamento, ahí está su protección. Y en el fútbol bien entendido, como un hecho natural. Pero el Reglamento parece ser un libro de carácter milagroso, que quienes más lo leen, los árbitros, menos lo conocen, mientras que los que llegan a él por tradición oral, los jugadores y los aficionados, captan su esencia. Y así ocurre que ante cada Mundial hay instrucciones de la FIFA para que se persigan las pérdidas de tiempo, el juego peligroso, las entradas por detrás, la simulación de lesiones... Nunca les instan a que enseñen más tarjetas por las protestas del cuarto suplente del banquillo, pero a eso sí se aplican con entusiasmo.

Este pretendido homenaje, esos saques de honor hasta del cuarto árbitro (como en el Manzanares), lo mismo que la medallita que les dan en la final de Copa, son actos que caen en el vacío ante la evidencia de que semana tras semana los comités de la Federación rectifican sus decisiones por cualquier tarjeta amarilla. Como se defiende al árbitro es prestigiando sus decisiones como inapelables, dando la sensación de que ascienden los mejores, no los enchufados, favoreciendo el debate sobre el arbitraje, no escondiéndolo. Los actos folklóricos no hacen sino presentarles como patéticas figuras necesitadas de un mimo imposible.