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Escogió un mal día para reclamar mimo

Ronaldo ha escogido mal día para hacerse el mimoso. En vísperas del Arsenal (tal y como están las cosas, la mayoría del madridismo deposita ya en la Champions sus últimas fichas con vistas a un título esta temporada) y justo a la semana de la exaltación del espíritu de Juanito y el consiguiente alarde. La queja puede ser fundamentada (luego entraré en eso) pero desde luego es inoportuna. Descentra al equipo, enfría al público (o introduce un elemento de confusión en él) y lanza un mensaje de esperanza al Arsenal. Llega con lesiones y debilitado, y nada más aterrizar se encuentra con que la megaestrella del rival está enfurruñada.

Esto dicho, no termina de extrañarme lo ocurrido, porque el problema está ahí casi desde su llegada. El mismo día en el que, en el gran partido de celebración del Centenario, Ronaldo recibió el Balón de Oro en el Bernabéu en presencia de Di Stéfano, Kopa y Figo, el Bernabéu prorrumpió en gritos de ¡Raúl! ¡Raúl! No eran gritos contra Ronaldo, sino una expresión de fervor por el jugador madrileño, que tanto ha perseguido ese galardón, que se ha quedado sin él y al que el estadio quería otorgar ese reconocimiento. Pero inevitablemente se produjo una desconsideración hacia Ronaldo, para el que aquellos gritos fueron un jarro de agua fría.

Desde entonces está receloso. Y su modo de juego, que podríamos definir como expectante, no ayuda. Espera quieto como un predador hasta que la pieza pasa cerca y entonces arranca fulminante. Luego, otro largo reposo. Lo contrario que Raúl, que no para. El sábado, Ronie se marchó silbado, Raúl fue acogido con ovación. Como le ocurrió a Hugo Sánchez con Butragueño, Ronaldo siente que el cariño del Bernabéu siempre estará de un lado que no es el suyo. Hugo dijo que se quería marchar, y al final, recuerden, se quedó. ¿Y Ronaldo? Esta noche empezaremos a saberlo. Un par de goles al Arsenal serían un gran motivo de reconciliación.