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¡Qué bonito es el fútbol de la Copa!

¡Qué grande es el fútbol de la Copa! ¡Qué distinto de esa mayoría de partidos de Liga, cargados de cálculo, con las pasiones aplazadas, en los que cada gol es más un depósito contable que un trocito de gloria! Sólo la Copa nos puede transportar como nos ha transportado esta eliminatoria por una montaña rusa de descomunales subidas y bajadas. Del 6-1 en La Romareda al 4-0 del Bernabéu. De una de las noches más felices del zaragocismo a esa resurrección que vimos anoche del espíritu de Juanito, de la mística de las remontadas. El Zaragoza es finalista, el Madrid sale recrecido, digno derrotado, pero orgulloso de sí mismo.

El Zaragoza es finalista, decía, porque su partido de ida fue primoroso, hasta redondear esa descomunal goleada, y porque aunque ayer se arrugó tremendamente durante bastantes minutos, supo resistir. Con manotazos de ahogado, pero sin hundirse. Resistió el impacto de tres goles en los primeros diez minutos, de un Bernabéu entusiasmado como hacía años que no se veía. Resistió una vieja leyenda de remontadas. Lo pasó mal, jugó a merced del Madrid salvo alguna salida airosa, en la que lució la calidad de sus hombres de arriba. Pero salió. Ha dejado atrás al Atlético, al Barça y al Madrid. Y ha pasado la más dura de las pruebas.

Respecto al Madrid, hasta sus mayores detractores sabrán reconocerle que sólo él es capaz de proponerse esas cosas. Lo que parecía una chifladura propagandística tomó cuerpo en un equipo entregado, constante, que se quedó a un solo gol del objetivo imposible, pero que se batió hasta el final por conseguirlo. El partido de anoche lava en cierto modo tanto Ferrari, tanto anuncio, tanta imagen de star system sin valores deportivos dentro. La llamada de Casillas surtió efecto y el equipo ha recobrado lo que más estima la afición: el amor a los imposibles. Esta vez no fue, otras veces será, como ocurrió en el pasado. Es el espíritu Champions.