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Un energúmeno y un irresponsable

El partido estaba hermoso e intenso, con el mejor aire del fútbol de Copa. Un gol de ventaja que traía el visitante, un expulsado en el local, el campo apretando, todos los jugadores poniendo lo suyo. Dos clubes de la aristocracia de nuestro fútbol, con una reciente rivalidad como fondo. Cuando se acerca el descanso, un gol, golazo de Villa, que recoge una sandía de Angulo para ponerla abajo, en el ángulo. Todo hermoso y emocionante. De repente, la cámara enfoca a un linier caído sobre el campo. Nos temimos lo peor: que un insensato le había alcanzado con un objeto. Y fue peor que lo peor: al insensato se sumó un irresponsable.

Porque a la actitud del espectador anónimo (que espero que aparezca y reciba el castigo apropiado) se sumó la actitud irresponsable del árbitro. Cuando vio a su compañero con una brecha sobre la ceja reaccionó de la peor manera posible: "¡Nos vamos!". Y se fueron. Toda la solidaridad que sentíamos y sentimos por el linier herido se mezcló con la confusa sensación de que Megía no estaba actuando con sensatez. Con alguna frecuencia hemos visto a jugadores en ese trance. No hace tantos años vimos a Roberto Carlos alcanzado en la cabeza por un mechero. Herido también. Se curó y siguió jugando.

Es horrible que un aficionado alcance a un linier, pero traducir eso en un impremeditado "¡Nos vamos!" no es la respuesta adecuada, a mi juicio, y sé que al opinar así tendré mucha gente en contra. Pero el fútbol debe prevalecer. Sobre el gamberrismo de un desalmado, sobre el despecho de un árbitro. Con la suspensión, Megía Dávila convierte la brecha sobre la ceja de Vicente Egido en una herida profunda en nuestro fútbol. Más allá del problema práctico que suscita, que es lo de menos, coloca de nuevo al fútbol bajo los focos de todas las críticas. Hizo justo lo que no debía.