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Derby vasco: un monumento al fútbol

"Los delanteros cazan en parejas", me dijo una vez Robinson. Lo recordé anoche viendo los dos primeros goles de la Real, sendas perfectas combinaciones entre dos jugadores, llegados uno de allá y el otro de acullá, pero con la misma concepción del fútbol. Dos jugadas indefendibles, destinadas desde su arranque a terminar indefectiblemente en remate. También recordé aquella reflexión de Menotti: "Pequeñas sociedades hacen grandes equipos". En Skoubo y Nihat ha encontrado la Real una pequeña sociedad que va a agitar el juego de ataque, que va a producir goles, que puede ser el flotador que la mantenga en Primera.

Curioso: estos dos tipos ni se conocen, pero se ven con los ojos del cogote. El fútbol es el único lenguaje verdaderamente universal, eso que el esperanto se esforzó en ser y no pudo. Un rubio del Báltico, un moreno de Anatolia, reunidos a orillas del Cantábrico. Uno acaba de llegar, el otro ha estado a punto de irse (si no se ha ido es porque no sé quién le encontró no sé qué lesión). Ni siquiera estaban destinados a encontrarse, les ha reunido la casualidad, pero sienten el fútbol de una misma manera. Y su encuentro feliz produjo anoche los tres goles de su equipo, en el que se alternaron los papeles: uno pasa y el otro marca.

Tres goles que no sirvieron para decidir el fenomenal derby vasco. "¿Cuántos tenemos que marcar para ganar?", se lamentaba Nihat al final de la espléndida transmisión de Canal +. Pero es que el Athletic mostró un poder de reacción colosal. En el segundo tiempo se hizo cargo del partido de principio a fin. Con fuerza, con juego, con moral. Con percusión (Gurpegui, Orbaiz, Urzaiz), con sutileza (Dañobeitia, Aduriz). Su segunda mitad fue un monumento al fútbol, un ejercicio de lealtad a una historia que está en peligro. Todo junto constituyó un partido enorme, un derby del que unos y otros deben sentirse orgullosos.