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Siempre fue más técnico que jugador

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Treinta y tantos años en el fútbol y Míchel sigue sin mejorar en el despegue. Siendo el mejor de la Quinta del Buitre (desde el infantil B hasta el Supercastilla) fue el último en llegar al Madrid. También estuvo a la cola para ingresar en el club de los cien (millones de pesetas) de la era Mendoza, lo que vendría a ser el club de los mil con Florentino. Y en el banquillo también parte desde la tercera línea de la parrilla. Le dijo no a un Getafe de Primera y sí a un Rayo de Segunda B. Así es Míchel, al que siempre vi como un entrenador natural que, además, jugó fantásticamente al fútbol.

En banquillos modestos se movió su padre. Y de lo que vio en casa se le quedó una idea del fútbol global, mucho más amplia y profunda que su carril del ocho. Ya en activo fue líder de vestuario, se manejó con soltura ante la Prensa, mostró maneras de analista y presumió (y presume) de haber sido un futbolista fácil para el entrenador. Con su palmarés (más de cien veces internacional entre todas las categorías) se hubiera acostado como jugador y hubiera despertado como entrenador de Primera en Inglaterra u Holanda. Como Rijkaard, Gullit, Vialli o Robson. Aquí no. Aquí da clases de táctica a futuros técnicos, pero entrena en Segunda B, a un Rayo de palco femenino y singular. "No fui un Beckham por culpa de mi mujer; ella no alcanzó la fama", ironiza sobre su carrera como jugador. Ahora no es Rijkaard por culpa de un subidón de prudencia y porque aquí no computan como horas de vuelo las horas de juego.