Los dignos herederos de Iriguibel
Osasuna siempre fue un equipo chapado a la inglesa. Recuerdo mis tiempos adolescentes en los que el Carrusel siempre cantaba los goles de Iriguibel desde El Sadar, que llevaron a los rojillos a Primera. Navarros, nobles y fajadores. Michael Robinson supo heredar esa pujanza que permitió a este club modesto comportarse en la jungla de los grandes del fútbol español como los mozos en los Sanfermines: sin miedo alguno. Así fue como me tragué en 1990 la peor víspera de Nochevieja de mi vida. El ciclo de la irrepetible Quinta del Buitre tocaba a su fin tras cinco ligas seguidas (¿alguien podrá mejorar ese récord?) y Osasuna, liderado por Jan Urban, Bustingorri, Martín y Ziganda, le metía al Madrid de Di Stéfano (el ínclito Toshack había sido despedido un mes antes) cuatro goles que llenaron el Bernabéu de pañuelos. Ramón Mendoza se quedó sin palabras en el palco. Lección de humildad.
Tampoco hace falta que les recuerde que hace dos temporadas fue de nuevo Osasuna el rival que dio el banderazo de salida a la caída libre del Madrid de Queiroz. Ese 0-3 profundizó la herida abierta en la final de Copa en Montjuïc. Y ya saben que el final del cuento escrito por el fracasado ayudante del fracasado Ferguson fue una película de terror para la familia madridista. No me pongo la venda. Al revés. Doy valor y jerarquía a un visitante honorable que examinará el proyecto de ese entrenador joven, trabajador, ambicioso y comprometido. López Caro ha calado en el pueblo. Y en mí. ¿Provisional? Lo dudo...