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Recuerden la lección de Old Trafford

El fútbol nos lleva del calor extremo al frío polar con suma facilidad. Cuando Ronaldo se lesionó en el triunfal derby del Calderón muchos madridistas lloraron su irreparable ausencia, pero bastantes de ellos me han detenido estos días por la calle: "Oye, lo que dijo Ronaldo tras el Madrid-Getafe lo va a pagar caro. La afición es sagrada". Pues yo discrepo de todos ellos. El brasileño denunció algo que vengo detectando desde hace tiempo en el Bernabéu. Si el equipo juega bien (toca hacer memoria), palmas tibias. Si juega mal, pañolada, insultos a todo bicho viviente y, si encima el rival es el eterno enemigo (Barça), aplaudo a rabiar para salir en las teles y ser elegido hincha más progre del año. Ya está bien de fariseísmos. Quiero gente que muera por la causa.

En Old Trafford vi, en la primavera de 2003, como a un Manchester vapuleado por el Madrid de Del Bosque lo animaban hasta convertir las gradas en un rugido que parecía el eco de 10.000 King Kong. Ronaldo les había metido tres, pero entendieron que dada su inferioridad futbolística debían arropar a los red devils hasta el pitido final. Eso es lo único que pidió Ronaldo: cariño, aliento y respeto. Él tiene la llave maestra para soñar todavía con un final de curso feliz. Si cuidamos a Ronaldo y el Bernabéu le indulta, todavía se alcanzará el sueño que nunca cumplirá Luxa: conocer La Cibeles. Dejemos de escupir para arriba. En Málaga debe empezar un nuevo capítulo de este cuento. No les den por muertos. El Madrid no ha dicho su última palabra. ¡Viven!