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Esplendor en el Santuario

Entras en el túnel del tiempo, te invade un hormigueo difícil de descifrar y empiezas a entender el sentido de tu existencia. Ver la magnífica reproducción en escayola de Bernabéu (¡presente!) junto a Di Stéfano en el histórico día de la firma de La Saeta (22-9-1953) te transporta a un mundo de perfección, superación y honestidad. Y más al leer la leyenda redactada para descodificar la escena: "El mejor futbolista de todos los tiempos haría realidad sobre el campo todos los proyectos que Bernabéu dibujaba en sus despachos...". Avanzas unos metros y contemplas la camiseta del Eintracht de Francfort, mancillada en 1960 (Hampden Park) en la madre de todas las finales: Real Madrid 7, Eintracht 3.

Frente al stand en el que reposan las nueve Copas de Europa ("¿cuántas tiene el Barça que nos visita mañana?", me preguntaba un jubilado emocionado ante la imagen de Gento con 22 añitos) descubres que, si todos pudieran volver a nacer, el 80% de los no madridistas pensarían en blanco. Se le pone a uno la piel de gallina escuchando por la megafonía a mi colega Manolo Lama cantando en la SER los goles de Raúl en París y de Zidane en Glasgow como si se le fuese a salir el corazón. Lama, estás evangelizado majete. Y acabas el paseo por el edén mirando las botas de Di Stéfano (antigualla mágica) y las de Raúl (digno heredero). Museazo. Es el Madrid de siempre. Inigualable.