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Epicentro. De profesión, sospechoso

Esta jornada nos trae tres entrenadores nuevos, entre primera y segunda. Uno se ha salvado por los pelos, Lotina. A Luxemburgo le habían preparado la cama, hasta se había tanteado a Valdano, pero un par de buenos resultados le han salvado. "No eres entrenador hasta que te han echado un par de veces", dijo un día Camacho. "Lo malo no es que echen a un entrenador, lo malo es que no saben para qué lo contratan", decía Menotti. ¿Para qué se contrata un entrenador? Para echarle cuando sea conveniente. Un colectivo necesita un sospechoso sobre el que hacer caer las culpas cuando todo va mal.

El caso de los entrenadores cesados siempre me ha hecho recordar un chiste que se contaba en los últimos años del franquismo. Desde el Ministerio del Interior se envía un telegrama a un lejano puesto de la Guardia Civil: "Detectado movimiento sísmico en la comarca. Localicen epicentro." A las seis horas llegaba la respuesta del comandante del puesto: "Movimiento sísmico desarticulado. Epicentro y otros seis, detenidos." Moraleja: siempre es conveniente tener a mano a alguien a quien echar las culpas, aunque sean tan lejanas a él como los conflictos entre las placas tectónicas.

Eso lo saben todos. En su carné de identidad debería poner: de profesión, sospechoso. Su figura es fácilmente atacable porque el entrenador goza del poder que todo aficionado desearía: el de hacer las alineaciones. Todos quieren, pero sólo él puede, el muy bellaco. Eso le hace insoportable a los ojos de tantísimos que gustarían decidir entre Guti o Beckham, entre Messi o Giuly, entre Gabi o Zahínos, entre Fulano o Mengano. Por eso todo presidente puede echarlo a los leones cuando quiere, con la misma facilidad con que aquel imaginario comandante de la Guardia Civil enchiqueraba a Epicentro.