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El heredero de Pelé está vivo

Pasarse una docena de madrugadas durmiendo en el sofá de casa en posición fetal para ver a Robinho exhibirse con el Santos, sirvió para algo. Al menos, para haberme resistido a aceptar como válidos los mensajes alarmistas de aquellos que no hicieron semejante sacrificio: "Tomás, este Robinho es un paquete. Ni se va de nadie ni mete miedo. Os han metido un gol de veinticinco millones de euros". Yo, firme al ademán, respondía con el orgullo blindado por la experiencia: "Ya me contarás dentro de un mes. Cuando se quite el síndrome de Estocolmo y se sienta un madrileño más, te dejará con la boca abierta".

La lesión de Ronie ha servido para que el chico despierte. En el Santos era el faro, la brújula y el timón del equipo. A pesar de sus tiernos 21 años era el comandante en el campo, la afición le hacía la ola y firmaba tantos autógrafos como Beckham. Pero aquí se ha sentido como el acomodador de los entrañables cines de barrio, conformándose con recibir una propina después de un par de regates o un autopase interesante. Robinho ha estado opacado por su ansiedad y su afán por no soliviantar al núcleo duro del vestuario. Pero en Sevilla ya salió del cascarón, se olvidó del guión y dejó dos pinceladas con denominación de origen. Un crack.