Alonso pone las cosas en su sitio

Necesitábamos un final así, hermoso y pleno, con Alonso en lo alto del podio, cantando las diez de últimas. Aportando los diez puntos finales al campeonato de constructores, que no será tan importante, pero que también gusta ganar, aunque sólo sea como honor debido a la vieja marca francesa que tuvo el acierto de confiar su tecnología de vanguardia al piloto español. Hacía falta esta victoria final porque, se quiera o no, hubiera sabido mal que Alonso terminara el Mundial con menos victorias que Raikkonen. Eso ya no será así. Las victorias son las mismas, sólo que los puntos son veintiuno más. Y el mejor nos sonríe desde lo alto del podio.

Viene bien, porque a Alonso le estaba agriando un poquito que le discutieran por ahí. Sobre todo en el mundo anglosajón, que ve mal su intromisión, porque piensan que ese mundillo es suyo, no de latinos. Estas cosas pasan, y de ese ámbito le llegaban a Alonso muchos pellizcos de monja alimentados por las victorias de Raikkonen. Pero cuando el título estuvo asegurado y Renault se atrevió a retocar el coche, perdido ya el miedo a estropear su fiabilidad, las cosas cambiaron. En Japón no pudo ganar Alonso por los equívocos con el adelantamiento a Klein y con el repostaje, pero en China las cosas han quedado en su sitio.

Ahora sí, ahora Alonso vendrá a España, recibirá el Príncipe de Asturias y se dará un baño de gloria en una tierra que le quiere, aunque algunos (o muchos) de sus poderes públicos no le hayan comprendido ni ayudado. Empezando por el alcalde de Oviedo y siguiendo por el presidente de la Federación, quizá las personas que él siente que más le han fallado. Ellos se lo perdieron. Tuvieron en la mano una quiniela de catorce y no la sellaron. Pero aquel niño Fernando Alonso tenía un campeón dentro y no había indiferencia que lo frenase. Ha sido el campeón más joven de la historia en un deporte legendario. ¿Se puede pedir más?