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Torres y Reyes en el ajedrez de Luis

Un gol cada quince remates a puerta, titulaba yo este artículo anteayer. En Bruselas fueron dos goles con siete remates. Eso ya es otra cosa. Eso da para ganar un partido, sentirse vivos, hacerse la ilusión de un improbable fallo de Serbia ante Bosnia y, en último caso, mirar la repesca con otra cara. Esta vez no rematamos tanto, incluso fuimos zarandeados durante la primera media hora larga del partido, pero marcamos. Marcó el Niño Torres, en dos magníficos pases de Reyes, sobre todo el primero, coronados perfectamente por el madrileño, sobre todo el primero. Un remate que le mete en la leyenda.

¡Cuánto necesitaba el Niño Torres una noche así! ¡Cuánto necesitaba España una noche así del Niño! Para mí es un jugador excelente con un déficit: un cierto problema para el gol que se le agudiza en la Selección. En torno a él se estaba generando una cierta desconfianza. Muchos aficionados, desde los madridistas hasta los de distintos puntos de la periferia, empezaban a ver con mal ojo su pervivencia en la Selección, en la que hasta ayer sólo había marcado tres goles. Y sólo uno en esta fase de clasificación. Villa empuja. Es una fiera. El Niño Torres, pitado en muchos campos, empezaba a estar en problemas.

Pero en el fútbol bastan tres minutos para cambiar un prestigio. El primer remate fue un prodigio; el segundo acreditó su concentración, su velocidad y su esfuerzo. Actuaciones así eran las que en tiempos clásicos engalanaban a un jugador para toda la vida con un apodo tipo El Gamo de Dublín o El Mago de Colombes. Con él renacía Reyes, que también necesitaba una actuación así. Torres y Reyes en el ajedrez de Luis, que con sus cambios sorprendió a todos, pero resultaron. Eso sí: no le quitaron el enfado de la primera media hora de pasividad y despistes, que tan cara pudo costar.