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Echevarría, estirpe directiva

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José María Echevarría ha comenzado a hacer las maletas. Ocupa estos días en despedirse de las personas e instituciones con las que ha compartido horas de olimpismo. Deja la presidencia del Comité Olímpico Español (COE). Así lo prometió cuando solicitó la prórroga de su mandato para acudir a Singapur, no fuera que Madrid fuera la elegida para organizar los Juegos de 2012. Tuvo ese capricho, aunque la excusa fuera no entorpecer la marcha de la candidatura con un proceso electoral, que para él resultó especialmente arduo en su día. Casi le gana Soler Cabot, entonces presidente de pentatlón moderno, tras una votación que estuvo al borde de ser impugnada.

Superado aquel trance, Echevarría, siempre un caballero, presidió el COE sin gran protagonismo en la toma de decisiones. Se daba por satisfecho con tener la representación del deporte olímpico español cuando fuera menester. Por eso el COE apenas tuvo atribuciones en la candidatura de Madrid 2012, cuando era su dueño. El trabajo lo dejó en manos de profesionales, gestores y ejecutivos de la oficina olímpica o de la alcaldía. Echevarría nunca entorpecería su labor. Ha sido un estilo de dirigente más próximo a ejercer el fair-play que a insuflar la medallitis. Con su marcha desaparece una estirpe directiva -chaqueta azul, pantalón gris- que, la verdad, nunca ha estado de más.