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Alonso navega en el ojo del huracán

Pedía perdón ayer Paco González en Carrusel, entre bromas y veras, porque le gustan las carreras con lluvia. Bueno, pues yo estoy en lo mismo. O un poco más perverso aún: me gustan como las de ayer, entre lluvia y no, con parte de la pista más mojada y parte más seca, con todos los equipos comiéndose el coco sobre qué neumáticos poner, y cuándo y por cuáles cambiarlos. Así fue la carrera de ayer, un despelote, como esos partidos en los que se rompe el centro del campo y ya puede pasar cualquier cosa. Con doblados readelantando a dobladores, salidas frecuentes de pista, más paradas de las habituales... Un pandemónium.

Pero Alonso siempre navega estable en el ojo del huracán. Eso es lo admirable. Con sol o con lluvia, en este continente o en aquel, con carga aerodinámica o sin ella, con Raikkonen cerca o con Raikkonen lejos. Alonso va a su bola, felizmente compenetrado con la mecánica de su coche, con el equipo, con el circuito que sea. Acopla su conducción a las circunstancias de la carrera con esa difícil facilidad de los elegidos. Visto desde casa, por el filtro catódico, parece sencillo. Pero siempre exige un grandísimo esfuerzo, en algunas ocasiones un esfuerzo máximo. Y una de esas ocasiones fue la carrera de ayer. Terminó agotado.

No ganó, pero está más cerca del título todavía. Ahora sí podemos apostar cualquier cosa a que será en el siguiente Gran Premio, en Interlagos, en Brasil. Tierra de Emerson Fittipaldi y de Ayrton Senna. Dentro de dos domingos, a las siete de la tarde, hora española. Le bastará con hacer seis puntos, es decir, ser cuando menos tercero, y eso para el caso de que gane Raikkonen. Si Raikkonen no gana hará falta menos. Si Raikkonen rompe, Alonso será campeón sin más trámites, porque por delante sólo quedarán dos carreras, veinte puntos, y la ventaja hoy es de veinticinco. Una ventaja enorme, reflejo de su colosal seguridad.