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El reloj de Robinho y Ronaldinho

Brasil es el invitado idóneo para festejar un Centenario. Consigue que la grada se abarrote (la excepción de anoche fue un castigo del pueblo por la venta de Baptista y de Sergio Ramos), está justificada una posible derrota ante la celebridad del rival y logra que los medios de comunicación se vuelquen con la cita como si fuese un partido oficial. El Sevilla conmemoró su centenaria existencia dejando que compartiesen mantel y cuchillo los mismos artistas que sólo 48 horas antes habían destrozado a Chile como Godzilla entrando en la Quinta Avenida. Sólo una novedad, nada banal. Ronaldo, tocado, dejó su butaca VIP de la canarinha a Ronaldinho. Robinho, la joya que completa el tridente del 'Ro', iluminaba el cartel en el mes más intenso de su corta vida futbolística. Ha jugado 11 partidos (7 con el Santos, 3 con Brasil y los 25 minutos mágicos del Carranza). Los dos cracks de Madrid y Barcelona se complementaron como si fuesen el minutero y el segundero de un reloj. Toque-toque, tuya-mía, pase interior, pared al pie...

R obinho vio cómo le anulaban un gol por fuera de juego. Lo era. Pero su regate ante Notario (este chico es muy legal), pisando el esférico como si le pasase la toalla por encima, pondrá un estadio en pie cuando lo ejecute en una acción válida. Tiene tanta hambre que le montó una bronca a un linier por no concederle un saque de esquina. Pero llegó el carrusel de cambios, los extras irrumpieron en escena (Julio Baptista, Cicinho...) y el Sevilla fabricó su sueño con un gol de Kanouté que Dida se comió como si el disparo fuese una tortilla de camarones. Pero Pablo Alfaro, genio y figura, firmó el empate final con un autogol. El rechace del poste venía de un tiro del bético Oliveira... Pablo, casi mejor así.