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Una gala en Mónaco y otra en Madrid

Gala en Mónaco, fiesta de apertura de curso del fútbol europeo. Con sorteo de Champions, partido entre los campeones del año pasado y entrega de premios a los mejores jugadores. Ronaldinho, mejor delantero. Del Barça. Gerrard, mejor jugador. Del Liverpool. El Madrid los tanteó a ambos, a uno hace dos años, al otro hace un mes, pero no los tiene. El Madrid no pesó en esa gala, que en tiempos no lejanos casi acaparaba. El Madrid tuvo su propia gala, la presentación de una película, estreno a lo grande, por todo lo alto. Un acto social de envergadura, sin duda, pero lejos del foco futbolístico. El foco futbolístico estaba en otro lado.

Hace algún tiempo que se extiende una inquietud: el Madrid, que tanta influencia ha tenido en el fútbol mundial, estaría abandonando las esencias, según muchos. En una estrategia encaminada a allegar recursos que le permitan seguir compitiendo con los Abramovich del momento, se dedica a hacer cosas que al viejo aficionado le parecen fútiles. Una vuelta al mundo, una televisión de alcance planetario, traducida a varios idiomas, el estreno de una película, el rodaje de otra que provoca incluso la intromisión de un actor disfrazado de futbolista en el venerable acto de saltar el equipo al campo en el venerabilísimo Trofeo Bernabéu...

No estoy seguro de que estén de más esas cosas. Lo malo es que se confundan medios con objetivos. Que el club fije sus ansias en la aceptación de una película o en el número de asiáticos que reúna en los aeropuertos. Que se llegue a pensar que lo importante es eso. Que se emplee todo el ingenio en el envoltorio y se descuide el producto. Algún síntoma de eso hay. Dos años sin títulos. Ningún peso en la gala de Mónaco. Raúl declarando que el Barça tiene un gran proyecto y que está un escalón por encima... El aficionado aún quiere creer, y más hoy, que va a ver a Robinho pisar el Bernabéu. Pero necesita ya fútbol de verdad. Será en Cádiz.