La tercera camiseta del Realinho
Les confieso algo. Si la ola de calor africano que se avecina se me llevase por delante y apareciese de repente en una isla perdida, me olvidaría de peticiones utópicas y tópicas (ya saben, estar a solas con Angelina Jolie y una moto acuática esperándonos en la orilla) y sería tan pragmático como romántico. Me pediría un balón (tan blanco y redondo como el que AS promociona desde mañana) y un equipo de fútbol que estuviese plagado de brasileños. Ellos son los más eruditos en la materia, ganan mundiales y copas de todos los colores (América, Confederaciones, etc.) y convierten este juego en una forma de vida. Por eso entiendo que Luxa les haya puesto una playa de arena caribeña en Irdning. En ese contexto se olvidan de las agujetas y les brota esa sonrisa contagiosa que los convierte en la raza de jugadores más envidiada del mundo.
Por eso me parece fantástico que el Madrid haya roto el mercado con los megafichajes de Baptista y Robinho. No se habla de otra cosa. Ilusionan. La Bestia está rompiendo los pulsómetros, Ronie se divierte entre sus chilenas y el golf (con Baptista jugó este año en secreto muchos domingos en el campo de La Moraleja hasta convencerlo, entre hoyo y hoyo, de su fichaje), Roberto presume de españolía y Robinho cuenta las horas para pisar por primera vez ese santuario del Bernabéu al que venera como si fuese Maracaná. El acento brasileño del Madrid garantiza descaro, espectáculo, show, diversión y pegada. Por eso, doy una humilde sugerencia al departamento de márketing del club. Quiten la horrorosa tercera camiseta (es gris, qué se puede esperar de un color tan ídem) y pongan la amarelha (amarilla) de la canarinha. La camiseta del Realinho.