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El día que mi barrio fue Quito

No quise saber nada de la confortable piscina de la urbanización, ni de la relajada lectura de los peris en las impagables matinales de los domingos. La organización del Mundialito me invitó cortésmente a la final y me dejé llevar por el espíritu aventurero que tenía de joven cuando me acercaba a los partidos del Cotorruelo. Uno vive a 150 metros del García de la Mata (desde las ventanas se ven los partidos), por lo que era el momento de ver fútbol sin mentiras, de medias caídas, técnica pachanguera y físicos limitados. Ecuador-Paraguay. Quizás faltaba un equipo africano para que el cartel fuese más atractivo.

Me hice acompañar por un maestro: Héctor Núñez. Zorro él. "Tomás, los paraguayos tienen más sentido del juego, pero les falta físico. Ecuador los ganará por desgaste". Niquelado. Cuando los paisanos de Cayetano Ré, Diarte, Arrúa, Romerito y Chilavert se quedaron con diez, los ecuatorianos convirtieron la final en una fiesta bañada de mar (azul) y oro (amarillo). De pronto sentí que estábamos en Quito. Vi a familias enteras, con bebés incluidos, pasear orgullosos con la bandera de su país por la misma avenida por la que bajo a comprar el pan en los tranquilos fines de semana del barrio. Un pueblo entero alteró nuestra paz. Bendita la hora, campeones.