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Se ha hecho todo lo que había que hacer

Se pueden imaginar cómo estamos en Singapur. Esto es un sinfín de cálculos y cábalas, un maremágnum de conversaciones teñidas de ansiedad, de corrillos ávidos de noticias o de indicios que respalden el pronóstico de cada cual. Se pueden imaginar también que la delegación española, como las otras, está dividida entre optimistas y pesimistas. Suele decirse que un pesimista es un optimista bien informado, pero a eso Gabilondo suele contraponer que los pesimistas también se equivocan muchas veces. Siendo así, y mientras la realidad no venga a desmentirnos, ¿por qué no vamos a permitirnos el lujo de ser optimistas? ¿Qué avanzamos con perder de antemano?

El cálculo general es que Moscú caerá a la primera y Nueva York a la segunda. No abrigan simpatías generales y no sería cortés, dado que estamos en un acto olímpico, extenderse en detalles sobre los porqués. En la tercera elección llega el problema y ahí es donde los pesimistas nos ven fuera, terceros tras París y Londres, que se jugarían la baza final. Los optimistas esperan que Madrid pase ese corte y que luego, mano a mano con París, los votos del mundo anglosajón se nos vuelvan favorables. Fían su pronóstico a las virtudes de la candidatura, al peso que aún mantiene Samaranch, a la presencia de la Reina y a eso que Lissavetzky llama spanish model.

El spanish model hunde su raíz en Barcelona 92 y puede ser traducido como una amalgama de pacto sin fisuras entre partidos y entusiasmo y cordialidad en la ciudadanía. Eso es lo que tenemos y eso es muy bueno para unos Juegos. Lo malo es que París tiene sus propios encantos, repartidos a ambas orillas del Sena, visibles desde lo alto de la Torre Eiffel, cantados por legiones de poetas. ¿Quién no querría pasar tres semanas en París? ¡Oh, la, la! A eso nos enfrentamos. La pregunta no es si ganaremos, sino si la candidatura ha hecho todo lo que tenía que hacer. La respuesta es sí. Y eso nos debe dar permiso para, si no optimistas, sí sentirnos al menos satisfechos.