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El Celta y el Cádiz regresan a Primera

Dios aprieta pero no ahoga, y el Celta pudo celebrar su segundo ascenso en dos semanas, gustazo que no recuerdo se haya dado nadie en nuestro fútbol. La victoria en Lleida devuelve a Primera División a este club que, como el Alavés, ascendido antes y sin sobresaltos, sufrió cierto mal de altura después de una exitosa estancia en el gran fútbol europeo, y se derrumbó. Habíamos visto un gran Celta hace pocos años. Capaz de pintarle la cara a la mismísima Juventus en la Champions. Pero estar tan arriba hace que acostumbrarse después a lo cotidiano resulte difícil. Entró en barrena y bajó. Ya está en Primera. Donde le toca.

Y el Cádiz, que llevo un poco en mi corazoncito por varias razones. Por Quino. Por Kiko. Por Mágico González. Por aquel Irigoyen que lo mantuvo en Primera derrochando milagros. Por Robin, que está viviendo allí una aventura romántica. Por Oli. El Cádiz tuvo la mala suerte de que cayeron sobre él los Gil. Compraron el club, se quedaron con los derechos de Kiko, Quevedo y Arteaga y se olvidaron de lo demás. Y a aquellos años de las heroicas permanencias sucedió un periodo en el que el club parecía haberse empadronado en la Segunda B. Ahora emerge de nuevo el submarino amarillo, el auténtico y genuino.

Emerge de la mano de un sencillo industrial, Antonio Muñoz, un cordobés afincado en la Tacita de Plata hace ya algunos años, para suerte del fútbol de la ciudad. Uno de esos tipos que no se dan importancia, pero capaces de hacer la tarea de un titán. Ahora su ciudad festeja y él da ese suspiro que sólo permite dar la tarea bien hecha y bien culminada. Y no me olvido del Éibar, que se quedó a las puertas. Durante media hora fue de Primera. Ya es mucho, para la modestia de su planteamiento. Se queda en las puertas, pero su ejemplo no se va a olvidar. Y al menos sube uno de los suyos, Mendilíbar, inminente entrenador del Athletic.