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El negocio del fútbol es imposible

Esto del fútbol es un negocio imposible. "Hasta cuando aciertas de equivocas", se me lamentaba un día Cerezo. Se refería a la buena operación que hizo el Atlético con los fichajes, muy baratos, de Perea y Pablo. En cuanto jugaron dos meses bien, exigieron aumento de sueldo. "Así no hay quien cuadre un presupuesto", me decía, con razón. Ahora el Barça ha ganado la Liga y el cuerpo principal del equipo se ha apresurado a revisar sus contratos: todos quieren más, el doble a ser posible, y contratos más largos. Pero el Barça no va a ingresar el doble el año que viene. Va a ingresar más o menos lo mismo que éste.

Pero ocurre que en las vacas gordas todos se llaman a la parte, pero en las vacas flacas todos miran para otro lado. Cuando el Barça está seis años sin ganar nada, los quince que fichó Gaspart no fueron a verle para devolverle dos tercios de lo pactado, dado que las cosas iban mal. Cuando Raúl marca la mitad de goles que hace tres años, no llama a la puerta del club para devolver la mitad de lo que gana. Cuando Zidane ya no la coge ni con la mano o cuando Figo entra en la categoría de suplente, siguen cobrando lo mismo que cuando eran refulgentes estrellas internacionales, merecedores ambos del Balón de Oro.

Algunos consiguen frenar la sangría, pero son pocos, y me temo que incomprendidos. Cuando Lamikiz le ofreció a su entrenador, Valverde, lo mismo que el año pasado más el IPC, el entrenador dijo que la oferta le dejaba frío y se marchó. Pero es que el Athletic ingresará el año que viene lo mismo que éste más el IPC, euro arriba, euro abajo. Pero en el fútbol está establecida la doctrina de que los sueldos tienen que estancarse en las malas y multiplicarse en las buenas. Y tras cada jugador hay una nubecilla de intermediarios agitándoles, para que creen incomodidad y amenacen con irse del club. Por eso la ruina está asegurada.