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Con los que sea, pero juego de ataque

Robinho, Pablo García, Diogo... Esos son los nombres más seguros por el momento. Luego deberían venir Sergio Ramos (más para central que para lateral), un centrocampista de ida y vuelta, con potencia y llegada (Gerrard es el ideal, Ballack podría hacer eso y quizá haya algún nombre más por ahí escondido) y, si queda dinero y atrevimiento, un verdadero galáctico, Henry, consagrado, o Cristiano Ronaldo, el gran futurible. Pero esto último sería para finales de agosto, y si se ha podido hacer caja con Owen, Samuel y Solari. Con Figo será difícil hacer caja: bastaría con que alguien se hiciera cargo de su alta ficha.

Pablo García y Diogo han desconcertado. Dos buenos jugadores de equipo, pero sin mayor pedigrí. Tras años de fichajes descomunales sorprende esta estrategia, que Florentino adopta instado por sus técnicos, que abogan por una plantilla más larga, con más jugadores de oficio para la parte de atrás. Ya el año pasado se inició esa línea con resultados cochambrosos: entre Samuel y Woodgate costaron 46 millones y para qué les voy a contar. El déficit sigue ahí, a Casillas le chutan más que a cualquier portero del planeta y el equipo se siente tan inseguro que ha desarrollado el hábito descarado de echarse atrás y contraatacar.

Y eso es lo que no puede seguir. Si lo que el Madrid trae para atrás son jugadores para pintar la raya, emplazar la defensa más arriba, iniciar la jugada con criterio y liberar el talento creativo de los delanteros, habrá que darlo por bueno. Porque el Madrid tiene que jugar al ataque. Ese modelo de todos atrás, veinte paradas de Casillas y dos escapadas de Ronaldo ha podido alimentar espiritualmente a la Cofradía del Clavo Ardiendo en unas semanas desesperadas, pero no se tiene en pie. El Madrid está obligado a ir a buscar los partidos, en su casa y fuera, y todo lo que construya este verano tiene que ir encaminado a ese fin.