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El fútbol ya no vale tanto como piensa

Ya lo ven: estamos a horas de la final de Copa y no sabemos por dónde ni por cuánto se va a televisar. La Federación, apretada económicamente, vendió un amplio paquete de derechos para cinco años a un intermediario, Santa Mónica, cuya cara y ojos son los de Jesús Samper, veterano hombre del fútbol, conocedor de sus vericuetos y triquiñuelas. Pero me temo que el tiempo le ha arrollado. Sus pretensiones económicas a la hora de vender la final han chocado con la realidad: las televisiones interesadas ofrecen medio millón de euros, o poco más. Y de los dos partidos de Supercopa, que quiere meter en el paquete, ya veremos, le dicen.

Ahora intenta buscar amparo a sus intereses en aquel esperpento que conocemos como ley del fútbol, un engendro nacido de la imaginación de Álvarez Cascos y de un siniestro radiofonista. A ambos se los llevó el viento, y en cierto modo también a su ley, inaplicable en la práctica porque establecía que los partidos de interés general deben ser ofrecidos en las televisiones en abierto (un palo en la rueda del planeta Canal +) pero no decía cómo se pagaría ese servicio público. Ahora Samper defiende que es de interés general que su partido se vea, pero difícilmente puede negarse a admitir las cantidades que el mercado le ofrece.

La final de Copa tiene una audiencia variable. De los diez millones del Centenariazo a poco más de tres del Mallorca-Recre. La suya está a medio camino. ¿Cuánto vale? Alonso se mete ya en los cinco millones de audiencia, dos en los entrenamientos, y por toda la Fórmula 1 le ha costado a Telecinco doce millones. Diecinueve carreras de Alonso y el doble de horas de entrenamientos y pruebas de clasificación. Sale cada fin de semana por algo menos de lo que pretende Samper por su final. También Nadal sale más barato. El fútbol ya no está sólo y no vale tanto como cree. El producto de Samper vale lo que le ofrecen, con ley o sin ella.