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En España ya sólo gusta el buen fútbol

Bien mirado, al final la tabla ha dejado al Madrid a sólo cuatro puntos del Barça. Es verdad que se puede decir que el Barça se dejó ir tras conseguir el título, pero el mismo día aflojó el Madrid. En goles a favor hay dos de ventaja para el campeón, diferencia insignificante si pensamos que ha lanzado diez penaltis, por sólo cinco el Madrid. En contra tiene tres goles menos el campeón. En la segunda vuelta el Madrid ha hecho más puntos. Quiero decir con todo esto que la diferencia entre las notas finales de uno y otro no es tan grande como podría desprenderse del caudal de halagos que ha recibido el Barça y de críticas el Madrid.

¿A qué entonces esa diferencia en el trato? Hay dos motivos: uno, la simpatía que ha provocado el efecto novedad, tras cinco años sin títulos culés, en contraste con el ciclo galáctico, que para muchos aficionados llegó a resultar empalagoso con tanto fichaje deslumbrante y tanto triplete pretendido. Y otro, más importante aún: que el juego del Barça ha sido más bello, desde el principio hasta el final. Su fútbol alegre, rápido, participativo y bien trenzado ha sido un espectáculo permanente. El Madrid ha remontado en la segunda vuelta metido en su campo y a base de diez paradas de Casillas y dos escapadas de Ronaldo por partido.

Eso alcanzó para recortar hasta nueve puntos, pero no para invertir la corriente de entusiasmo que el equipo blaugrana había acumulado. España cultivaba hace años el fútbol que llamamos, mal, resultadista (y digo mal porque nada asegura que jugar de forma cautelosa garantice mejores resultados) pero el gusto cambió con la Quinta del Buitre y el Dream Team, que encadenaron nueve ligas ganadas con fútbol generoso. Lo que ha hecho Luxemburgo la ha servido para ganarle puntos al Barça, pero no prestigio. El próximo Madrid tendrá que abandonar esta fórmula de emergencia y hacer de nuevo buen fútbol.