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Lo que sí queda es la 'máxima rivalidad'

Es el derby de la honrilla. El Madrid sabe que es segundo seguro. Segundo o segundo. Es poco para las expectativas de este grupo de jugadores, y es menos aún si el primero es el Barça. En cuanto al Atlético, cualquier objetivo atrayente ha quedado muy lejos. Ahora queda la pelea por la pedrea de la Intertoto, en medio de una atmósfera deprimente, con el entrenador destituido in pectore, la plantilla desacreditada, los ultras asaltando el entrenamiento y la afición atónita y avergonzada. Pero esta noche está en juego algo distinto a todo lo que ambos han perdido hasta ahora. Está en juego un partido de la máxima rivalidad.

Y eso obliga. Los aficionados de uno y otro se verán el lunes en los colegios, en las oficinas, en las cafeterías, en los bares, en la universidad, en el andén del metro... donde sea. Este año sus equipos les han ofrecido poco, muy poco. Mucho menos de lo que esperaban. Al madridista, una segunda temporada consecutiva sin título. Al Atlético, un rosario de sofocos y menos goles que nunca. Uno y otro equipo han de saber que les deben a sus aficionados una compensación: la victoria esta noche en un partido que no provocará terremotos en la clasificación, pero que sí dará a una hinchada la satisfacción de sacar pecho por unos días.

Y no es poco. Así empezó el fútbol. No se jugaba por títulos ni por primas, sino por la satisfacción de ganar al vecino. Poco a poco, grupos de curiosos se colocaban alrededor del campo y tomaban partido por unos o por otros, por los de blanco o por los de rayas. Y se alegraban o se entristecían. Y fueron siendo cada vez más, y hubo que poner vallas para que se apoyaran, luego gradas, luego más gradas, anfiteatros y voladizos, mientras las competiciones se sofisticaban y proporcionaban a los jugadores grandes títulos y mayores ingresos. Pero lo esencial sigue ahí: esa rivalidad, ese imperativo histórico de ser mejor que el vecino.