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Osasuna y las dos caras del fútbol

Jugó bien Osasuna en la primera parte. Con lo que tiene, que no es demasiado, pero bien dentro de sus posibilidades. Movido por Pablo García, un jugador de los de siempre, viejo caudillo uruguayo, con estatura, manejo del balón y de las circunstancias, pierna fuerte y vincha en el pelo para que no le faltara nada. A Ferrando se le ocurrió que para anularle lo mejor era Sosa, un Sosa pelado, moreno y desde luego muy inferior a su oponente. El Atlético jugaba tan mal que se atraía a Osasuna hacia su área, donde hasta los centrales fallaban esta vez. Y Osasuna iba e iba, con su fútbol. Y remataba. Y metió un gol, sólo uno gracias a Leo Franco.

Algo se podía ver. No por parte del Atlético, cuyo juego en noches así se contempla con la desgana y la irritación con que se hace la declaración de la renta, pero sí por parte de Osasuna, que daba lo que tenía, y ya se sabe que el que da lo que tiene no está obligado a dar más. Hasta que Ferrando rectificó, quitó a Sosa y a Nano y colocó a Colsa y a Salva. El Atlético mejoraba con eso. Algo de juego con Colsa, mucha percusión con Salva. Tampoco un fútbol para enamorar, ni siquiera para cruzar la calle a verlo, pero sí una lógica, un porqué, una posibilidad de plantarse de cuando en cuando en el medio campo rival e intentar algo.

Entonces fue cuando sacó su otra cara Osasuna, su cara fea, la cara fea del fútbol. Aparcó el juego y se dedicó a pegar. No hablo de juego duro, sino de juego malintencionado y peligroso. Ahí también es caudillo Pablo García y le secundan con éxito varios sus compañeros. Gronkjaer, que viene de la escuela del fútbol nórdico e inglés, duro pero noble, acudía ingenuo y desprotegido a las jugadas y saltó por los aires varias veces. Salva, más hecho al combate, resistió y hasta sacó la expulsión de Cuéllar. El inútil de Rodríguez Santiago naufragaba en el mar de patadas. Feo, inútil, peligroso ese segundo tiempo. Fútbol malo, absurdo y desagradable.