Yo digo Vicente Carreño

Ya no es de hierro, es de hojalata

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Este no es Mike Tyson. Es un tipo que lleva su nombre, y sus dientes de oro, y algunos de sus tatuajes. Y que pone gestos fieros como si se fuera a comer crudos a sus rivales. Pero este Mike Tyson del siglo XXI ni es de hierro ni se come a nadie, ni siquiera es capaz de tumbar a los paquetes que le ponen cada vez que sube al cuadrilátero. A Mike Tyson, que fue terrible cuando tenía 20 años, se lo cargó Buster Douglas una noche en Tokio en 1990. Y desde entonces no ha vuelto a levantarse. Antes ya se había ido dejando su fortaleza en su disparatada historia con la actriz Robin Givens. Y después fue condenado por violación, y estuvo en la cárcel, y salió, y se comió la oreja de Evander Holyfield y protagonizó desastre tras desastre dentro y fuera del cuadrilátero. Pero jamás ha vuelto a ser el rey del K.O., un campeón explosivo con una pegada descomunal.

En EE UU se empeñan en resucitarle todos los años. Y siempre sucede lo mismo: petardazo, o ridículo o derrota por K.O. Los datos son elocuentes: en los últimos siete años, desde la pelea del mordisco, ha disputado ocho combates, muy poquitos, con dos derrotas, dos sin veredicto y cuatro victorias. Sólo ha tenido en esta época un rival de gran nivel, Lennox Lewis, que le propinó una soberana paliza en Memphis en 2002. La última vez que subió al ring fue en Louisville, la casa de Muhammad Ali, y Danny Williams le tumbó en el cuarto asalto. Este Mike Tyson de hoy es una broma, una atracción de feria, un tipo que sólo asusta por su aspecto patibulario. Y que ni siquiera recuerda al que llegó al boxeo en la década de los ochenta como un huracán, el Terror del Garden, un campeón que tumbaba las paredes. Ese era de hierro y este es de hojalata.

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