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Españoles, cumplen y lo viven

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Siempre me fascinó Helguera como centrocampista y me costó aceptar su reciclaje en la defensa. Entendía que, sin su presencia, el medio campo del Madrid perdía mucho más que gol y entrega, perdía alma. Los reajustes que retrasaron su posición no arreglaron los problemas que se pretendían solucionar, pues no hay modo de equilibrar un exceso de galácticos sin sentar a alguno en el banquillo, y no necesitaba el Madrid otras caras en el medio campo, sino más caras. Y le sigue ocurriendo. Pese a todo, como es un buen futbolista, Helguera destacó como libre (y sobrado): corría menos y era más valorado. Lo que no ha variado es su aportación emocional al equipo, imprescindible entre esa concentración de egos, su modo de sentir el escudo, de apasionarse y de enfurecerse, de implicarse, en definitiva. Ese espíritu, por raro, vale una renovación.

De Pavón me cautivan sus maneras de becario silencioso, su normalidad, alejado, al menos de momento, de las crestas y los tatuajes góticos, de esa esquizofrenia que ataca a los jóvenes que no asimilan la fama, un central al que Queiroz interrumpió el crecimiento negándole una confianza que se había ganado (en el Camp Nou, por ejemplo), porque ni Mejía ni Raúl Bravo habían hecho méritos suficientes para arrebatarle el puesto. Pavón tiene cosas que aprender (cierta picardía), pero representa lo que debería el suplente canterano del Madrid, un jugador competente que resuelva problemas y no los genere. Yo, sin duda, apostaría por él como pareja de Helguera en el clásico. Los números están con ellos. Y nunca es demasiado tarde para volver a ser racional: central sancionado por central sensato y delantero renqueante por otro en racha.